Relación entre Amor y Sexualidad
Creo que es bueno hacer claridad sobre dos conceptos que la gente suele confundir y que es donde reside la confusión que lleva a conclusiones erróneas respecto a los conceptos de amor y sexualidad. Quienes conocen de cerca la ciencia espiritual saben que el amor es un atributo del espíritu, es una herencia de nuestra fuente de creación, Dios. Definirlo, es muy difícil, pero podemos aproximarnos. El amor en su concepción como atributo es el motor que promueve la armonía, la comprensión, la hermandad, la fraternidad. El amor es el atributo que lleva al espíritu a permanecer entre aquellos con quienes fue creado para compartirlo y con quien es la fuente de este atributo. Amor es felicidad, es entender que tienes una libertad sin límites que sin embargo te ayuda a reconocer que limita donde empieza la de tu hermano. Para entender el verdadero concepto y alcance del amor debemos remontarnos a nuestro origen espiritual y partir de la base de que nuestra natural existencia es la de seres espirituales, la de espíritus libres que creados en la total armonía de sus atributos existían en total libertad en la Dimensión Primaria. Si. Fuimos espíritus, somos espíritus y seguiremos siendo espíritus y como tal el espíritu no tiene sexo, no es masculino ni femenino, no posee sexualidad pues esta es solo una creación de la evolución biológica, relativa a la materia que es solo un estado temporal de existencia. Como espíritus el amor lo prodigamos en forma de armonía, comprensión, hermandad, lo que nos conduce a la total felicidad. Ahora para entender lo que llamamos amor desde la perspectiva humana, debemos partir de dos hechos importantes, el primero que somos espíritus encarnados, es decir, espíritus que deben unirse a un cuerpo y vivir una vida física por tanto tiempo como sus cuerpos sean capaces de mantener esa vida, lo cual implica adquirir una definición sexual temporal y estar fuertemente influenciados por los instintos moldeados por millones de años de evolución. Y lo segundo, que con contadas excepciones, los que encarnamos somos espíritus que compartimos en común una condición espiritual equivocada o de desarmonía de sus atributos, debido al denominado accidente de la equivocación. Estas dos particulares circunstancias de ser espíritus equivocados y de encarnar con un sexo definido son las que explican buena parte de los elementos que giran en torno a la relación entre amor y sexualidad. Como seres encarnados nuestra vida está fuertemente influenciada por el instinto reproductivo, el mismo que nos impulsa a buscar una pareja para procrear, pero como espíritus esa búsqueda en buena parte se basa en la afinidad espiritual con ese otro ser. A su vez, el instinto reproductivo está gobernado por una serie de parámetros de conducta genéticos y culturales que ejercen una poderosa influencia en el ser. La mayor atracción que siente un hombre por una mujer de caderas anchas responde a un patrón de conducta instintivo que busca asegurar que su pareja posea la anatomía adecuada para parir a sus hijos y así asegurar su descendencia; la atracción que siente una mujer por un hombre de cuerpo atlético responde a un patrón de conducta instintivo que la lleva a buscar a un hombre capaz de proveerla de lo necesario para su subsistencia y la de sus hijos. La cultura también juega un papel profundo en la búsqueda de esa pareja. Nuestra cultura occidental desde niños nos influencia fuertemente con el estereotipo de lo que es el hombre o la mujer perfecta basados en un muy subjetivo concepto de belleza que suele contrastar fuertemente con culturas que no viven estas mismas influencias. Por eso nos sorprendemos cuando National Geographic nos muestra por televisión a las mujeres de una tribu donde cada año “alargan” sus cuellos con anillos metálicos y donde los hombres de esa misma tribu se disputan a la de cuello más largo por considerarla más atractiva, mientras sienten compasión por la fealdad, palidez y fragilidad de nuestras más hermosas modelos de revista. Como espíritus encarnados sin embargo, esa búsqueda intenta ser complementada o balanceada reduciendo el circulo de posibilidades al grupo de seres que comparten afinidad espiritual con nosotros, es decir, espíritus que seguramente pertenecen a su misma categoría o subcategoría espiritual y que por lo tanto comparten en común una misma agrupación espiritual de origen y una misma tendencia o inclinación. Y en medio de todos esos factores limitantes el amor debe abrirse paso como expresión pura de los atributos del espíritu. El problema del amor humano surge cuando ese balance entre instinto y afinidad espiritual se rompe en favor del instinto, en buena parte influenciado por factores culturales. Es cuando tenemos al hombre o la mujer buscando una pareja que satisfaga sus instintos sexuales sin importarle que tanta afinidad espiritual existe entre ellos y considerando que el instinto sexual es uno de los instintos más poderosos que gobiernan nuestra conducta, este fácilmente puede rebasar las posibles diferencias generadas por la falta de afinidad espiritual, lamentablemente solo mientras esta fuerte atracción sexual persista. Con base en esa sola atracción sexual es que muchos seres buscan y escogen a sus parejas para formalizar una relación, y muchas veces un hogar, convencidos de que lo que los une es amor, debido a una mala interpretación de la ansiedad y la satisfacción sexual. Así transcurren los primeros meses o años de esa relación basada en un lazo sexual que es lo suficientemente fuerte para mantenerlos unidos. Pero cuando el cansancio sexual aparece, ese lazo comienza a diluirse y el factor afinidad comienza a surgir para redefinir el rumbo de esa relación, y si esa afinidad espiritual no existe entonces surgen los conflictos, aparecen las diferencias irreconciliables, los elementos de esa relación empiezan a ver los “defectos” del otro y la pareja se separa en medio con las consabidas consecuencias físicas, emocionales y sociales. Sin embargo, por fortuna el amor, como atributo del espíritu siempre está presente, con mayor o menor influencia en sus vidas, pero siempre está presente y sale al rescate ayudándole a los seres a edificar esa afinidad que no existió en un comienzo o a afianzar la ya existente. Así con base en el atributo amor del espíritu se puede re-edificar esa relación, tornándola estable aun después de que la sexualidad va perdiendo terreno como factor de cohesión inicial de ese hogar. En este proceso, nuevos factores aparecen para edificar el nuevo nivel de relaciones dentro de ese hogar, como la comprensión, la necesidad el uno con el otro, la amistad, la confianza, la complementariedad y todo aquello que encierre el amor como atributo heredado del Creador. Ahí es donde la relación de pareja alcanza su máximo balance y se torna en una relación que los lleva hasta la ancianidad tomados de la mano y no termina ni con la muerte o desencarnación, pues siendo una relación basada en los principios de afinidad fundamentados en el amor como atributo logra continuar más allá de la muerte proyectándose a la dimensión espiritual al momento de su desencarnación. Así, como espíritus libres, sin el lastre del cuerpo, continúan esos seres evolucionando juntos en busca de la armonía total. Por eso el amor como atributo no crea adicción, se crea adicción hacia la sexualidad que influencia fuertemente el sistema de recompensa cerebral pero no hacia el amor como atributo heredado de Dios y el vació que suele sentirse ante la ausencia de una pareja es mas la frustración que nace de no poder cumplir con las pautas instintivas delineadas en nuestros genes y moldeadas por millones de años de evolución. El amor como atributo se extiende a todo lo que existe, se puede amar a la pareja así como se aman a los padres y a los hijos, como se ama a una mascota y a la bella flor que le da color al jardín. Se puede amar a un hombre y a una mujer por igual, como se puede amar a todos los seres que existen y como se puede amar a Dios, porque el amor es la más pura y perfecta cualidad del espíritu.